Quicena y El Castillo de Montearagón (Huesca) : Historia y cultura de un pueblo
Quicena
Histórica y Cultural

Puente de Montearagón

 

En los somontanos, se desarrolla una red de caminos que comunican la montaña con el valle, dirigiéndose hacia los principales núcleos de población, desde donde toman una dirección predominante hacia el Este, por los cursos fluviales del Cinca y Ebro hacia Cataluña y el Maestrazgo.

Hasta la Hoya de Huesca se accede desde la montaña por Arguis, donde permanece un puente sobre el Isuela en una cota inferior a la presa del pantano; el camino entraba en la ciudad junto al convento medieval de San Miguel, por el puente de ese nombre, que sobrevivió hasta comienzos de siglo y del cual quedan indicios junto al moderno; posiblemente tuvo tres vanos. 



En los alrededores de Huesca, se localizan puentes sobre el Flumen. En la Santeta de Quicena, quedan vestigios de un puente de tres arcos, cuya construcción fue propiciada a principios del siglo XIII por el cercano Monasterio de Montearagón.
 

Fotografía: Puente de Montearagón
(I. San Agustín / Fototeca de la Diputación de Huesca, Fondo I. San Agustín)
 


El Concejo de Huesca había recibido algún dinero de la Diputación General del Reino para reconstruir el puente situado al pie del monasterio de Montearagón, en el término de Quicena, por donde iba el camino que conducía a Barbastro.


Fotografía: Puente de Montearagón
Hnos. Viñuales / Fototeca de la Diputación de Huesca, Fondo Hnos. Viñuales


El Justicia, prior y jurados de la ciudad de Huesca, contando con el parecer del abad de Monteragón, encargaron la obra a los canteros, Bartolomé de Hermosa y Diego de la Torre, ambos vecinos de Hecho, en Julio de 1604. Según parece, se trataba de levantar un puente nuevo donde antes estuvo el viejo, del que solo quedaba en pie (y bastante dañado) el menor de los tres arcos.

Debían los canteros construir dos arcos, uno de 49 pies de "güeco" y otro de 29 pies, reparar el arco menor, que tenía 21 pies. También tenían que levantar de nuevo el pilar en el que descansaban los arcos mayores, reparar el otro, construir estribos y muros de contención, levantar antepechos y empedrar el piso del puente. Pasados quince meses, debían entregar la obra, que debía ser "buena y perfecta y de buenos materiales hecha conforme a buena artitartura".

Por sus trabajos recibirían los canteros 1300 libras, cuyo pago, repartido en varias tandas, corría a cargo de lo que la Diputación había asignado y de lo que aportaran los "lugares circunbezinos".

La capitulación de la obra del puente de Monteragón es una de las pocas que se acompañaron de una "traça".




En la actualidad del gran puente de tres arcos de Montearagón solo son visibles entre la maleza los restos de los estribos, manchones y en el cauce del río los vestigios de una de las pilas.